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para Jandro
Estudiando las canciones de navidad, me encuentro con Noche de Paz. Y de repente vuelvo a tener diez años, cuando acudíamos familia en pleno a celebrar la nochebuena en casa de doña Margarita, una anciana alemana afincada en el barrio, que tras enviudar y con sus nietas e hija viviendo lejos, nos acogía en su chalet año tras año para paliar su soledad mientras nos obsequiaba con una auténtica navidad alemana. Ir a casa de doña Margarita era una experiencia única. Había centros con velas y piñas en todas partes. La cena era fastuosa, nos dejaban probar cosas como jerez o café, los platos eran de porcelana y lo mejor eran las galletas de postre, con formas de hombrecito y de estrella, glaseadas y con sabor a clavo. Luego la estricta señora, aunque con algunas prohibiciones, nos permitiría explorar la casa, que era magnífica. Tenía un patio con estanque y con peces, tenía un perro que se llamaba Blacky y una terraza cubierta tan grande que cabía una mesa de pingpong. Eso se disfrutaba en verano o en pascua donde nos escondía huevos de chocolate o conejitos forrados de papel de plata por todas las partes visitables de la propiedad. Pero en Nochebuena y siendo de noche, no salíamos fuera; en cambio, podríamos explorar por los pasillos y escaleras de la oscura y crujiente casa. O meternos en la biblioteca a oler aquellos libros todos en alemán y a recogernos ante el retratro del hijo muerto de la vieja dama en los primeros días de la segunda guerra mundial. O colarnos en una habitación prohibida. Mis hermanos disfrutaban dándome miedo, o se escondían, y no se podía llorar ni gritar fuerte. Era terrorífico y muy divertido. Pero para disfrutar de todo eso... antes había que cantar Noche de paz.
Todos muy serios, al menos los mayores, nos poníamos en círculo ante el abeto iluminado. Doña Margarita cantaba en alemán, "Stille Nacht, heilige Nacht" mi madre -obviamente, soprano- cantaba a pleno pulmón en castellano. Mi hermano mayor, famoso por su incapacidad para entonar, cantaba en su propio tono...y en inglés. Dios, no recuerdo nada que sonara peor. Cuando creíamos que había acabado mi madre se lanzaba a otra estrofa...ahora me doy cuenta de que mi hermano desentonaba tanto y tan alto a propósito, deseando torpedear aquella tortura... A mí me encantaba Noche de paz y lo pasaba fatal , supongo que también en mi propio tono.
No echo de menos mi infancia, aunque hoy Noche de paz me la devuelve endulzada por la pátina del tiempo, me reconcilia con ella. Hasta he vuelto a oler el perfume de mi madre y el clavo de las galletas...pero mira por donde, os digo que me alegro de ser contralto y de que nuestra parte no se parezca en nada a la tantas veces mal cantada de mi infancia, para poder redescubrirla. Porque todos, hasta un villancico, nos merecemos una segunda oportunidad.
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